04/09/08

Sobre la familia que descarrilaron*

Este es el cuarto documental de una serie que Pino Solanas comenzó años atrás con «Memorias del saqueo» y «La dignidad de los nadies», y afirmó con la notable «Argentina latente», dedicada a resaltar el empeño de tantos técnicos y científicos argentinos que hacen su tarea en las condiciones más incómodas, sin reconocimiento de los gobiernos, y con general desconocimiento de los demás habitantes, a quienes sólo les llega el ruido del árbol que cae, y no el muy suave canto de cien que están erguidos.

Ahora, Solanas combina el elogio de los trabajadores de «Argentina latente», con la denuncia de «Memorias del saqueo». Porque ahora cuenta la historia de los ferrocarriles argentinos. Y esa historia tiene páginas admirables, de pioneros, de inventores criollos, de administradores honrados, de trabajadores que se honran en integrar la que aún llaman «la familia ferroviaria», tiene páginas asombrosas, de máquinas potentes, vagones confortables, diseños avanzados, pueblos enriquecidos gracias al paso de los trenes. Pero también están las páginas negras, que todos conocen, que muchos todavía sufren diariamente, y que nadie limpia, que espantan, avergüenzan, dan bronca.

«Debemos ser el único país del mundo que subsidia a las empresas para que traten mal a los pasajeros», se irrita el cineasta y ex diputado, y recuerda cuando los ferrocarriles perdían un millón de dólares diarios «y hoy, que sólo queda el 20% de los ramales, se gastan tres millones diarios en subsidios», y se mete en estaciones que alguna vez fueron bellísimas, talleres abandonados (de uno quedó sólo el piso, el resto lo vendieron los sindicalistas, todo en negro), charla con usuarios y operarios, y hasta invade oficinas de funcionarios, llamando con nombre y apellido a cada responsable del latrocinio público, por acción o inacción. Esto último, porque no se limita a echarle la culpa al 90, sino que llega hasta el presente, exponiendo las caras (bien duras) de actuales funcionarios que dicen, muy sueltos de cuerpo, «No conozco la causa», «Es terrible lo que me está contando», «¿Acá tenemos 27 expedientes? No tengo la menor idea», « ¿Y?», «Destrozar el patrimonio público puede ser una política perversa, pero no es delito».

Tales escenas serán sin duda lo más comentado, pero el documental no termina ahí. Por algo se llama «La próxima estación». Con una estructura y un juego de palabras que asimilan estaciones de trenes y de vía crucis, el último cuadro transmite la esperanza de una resurrección, inevitable, indiscutible, beneficiosa para todos, y absolutamente posible, porque quizá rehabilitar todas las vías, instalaciones, y unidades, costaría la mitad del presupuesto del tren bala, según explica el viejo luchador, con cifras sobre la pantalla, y con entusiasmo, claridad, y melancólica firmeza. Ojalá tenga razón. Mientras espera que lo escuchen (y vale la pena escucharlo, aunque no siempre se pueda estar de acuerdo) ya va preparando su quinto documental, que será sobre el mal mantenimiento de nuestras vías navegables y riquezas naturales.

*Publicado en Ámbito Financiero, Espectáculos, el jueves 4 de septiembre de 2008

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